En la penumbra de su recámara observo su rostro, sus manos entrelazadas: parece que está orando.
En su alcoba se respira paz, percibo tranquilidad.
Me siento al borde de su cama, trato de no hacer ruido. Admiro su semblante: su respiración es armónicamente pausada, no refleja alguna preocupación.
Pienso que los hijos son una bendición de Dios para los padres; un préstamo del Creador para reflexionar sobre la forma en que han conducido sus vidas; un ser que los orillará a ser maestros, comportarse como amigos, serenarse como guías; una criatura que les permitirá transmitir de forma incondicional el amor que muchas veces permanece escondido en sus corazones.
La integridad es un elemento fundamental para iniciar, desarrollar y mantener, hasta el final de nuestros días, una armónica relación con nuestros hijos.
Integridad implica respetar sus etapas de crecimiento y no imponer cargas que no les corresponden...
Libro Integridad, Editorial Janadesa, pp. 37-38.